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1549. Empatía en el juzgado

La Mediación Penal gana terreno gracias a jueces y voluntarias pioneros que apuestan por otra forma de hacer justicia
Las dos chicas tenían apenas veinte años. Una fuerte pelea acabó en los juzgados. Ni se miraban a la cara presas de la indignación. Una sesión de dos horas y media con la voluntaria Nancy Fernández Bargiela fue suficiente para que su enfrentamiento no llegara a juicio, hablaran de sus problemas y llegasen a un acuerdo. «Terminaron dándose un beso», dice esta profesional. La mediación gana terreno en la justicia andaluza gracias a jueces y voluntarias audaces, que han comprendido el valor del diálogo para solucionar conflictos. La empatía también tiene sitio en el juzgado.
En el Juzgado de Instrucción número 7 de Málaga el titular del órgano, Román Martín González López, selecciona unos sesenta expedientes mensuales de entre todos los asuntos que le llegan y los manda a mediación. En la jurisdicción penal esta práctica es más complicada por la trascendencia y gravedad de los delitos.
En este y otros dos órganos de Instrucción la experiencia, amparada por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), se lleva a cabo de forma pionera desde hace tres años. Esta práctica está muy extendida en Familia, y en apenas 15 días se implantará en los juzgados de lo Mercantil, aunque si triunfa en Penal, como está ocurriendo, tendrá mucho camino recorrido.
«La mediación es una solución, porque muchas veces un juicio no arregla los problemas de fondo. Las malas relaciones entre las partes o los familiares siguen existiendo aparte de la respuesta judicial. Con la mediación, por ejemplo, si esas dos chicas se ven por la calle no se pegan otra vez», precisa el magistrado, un auténtico adalid de esta forma humana y empática de hacer justicia.
"Facilitar la comunicación"
En Instrucción 7 trabajan con la Asociación para la Mediación Familiar e Intergeneracional de Málaga (Amfima). Las abogadas y expertas mediadoras Nancy Fernández y Ana Avellaneda son dos de las voluntarias más veteranas, conocen el terreno y buscan el acuerdo con la seguridad y la mano izquierda con que un zahorí encuentra agua en un suelo seco. «El escenario es muy importante. Después de la denuncia, los enfrentados se ven en el juzgado y no pueden comunicarse. Nosotras lo que hacemos es facilitar la comunicación en un espacio distinto y resolver positivamente el conflicto», dice Avellaneda.
A lo mejor, cuentan ambas voluntarias, no llegan a un pacto agresor y agredido, «pero acaban mirándose a la cara». El magistrado Martín González asegura seleccionar, junto al secretario, los casos susceptibles de ser sometidos a mediación siguiendo su intuición. «A veces me da la impresión de que pueden llegar a un acuerdo, pero cuando el enfrentamiento es muy grande huimos de ello», recalca.
Una vez hecha la selección, el expediente pasa a Amfima, explica Fernández Bargiela, se manda una carta a los afectados ofreciéndoles el servicio, se les llama y, si aceptan, se les da una sesión informativa individual en un espacio reservado para el diálogo en la Ciudad de la Justicia. «Luego les preguntamos si quieren hablar entre ellos, pero también podemos hacer la mediación sin que se vean», relata.
El desconocimiento respecto a esta práctica es muy grande aún. El juez cree que debería publicitarse esta posibilidad en el Juzgado de Guardia y en el vestíbulo de los palacios de Justicia de todos los partidos judiciales, porque muchos ciudadanos no saben que pueden recurrir a esta vía. Él selecciona los casos, a veces piden la mediación los abogados, otras éstos la obstaculizan, pero lo que es seguro es que si ofensor y ofendido no conocen esta vereda no la tomarán.
Desconocimiento
«Muchos me dicen ojalá lo hubiera sabido yo antes», precisa. Los tres profesionales afirman que, de los que acceden a esta vía, el 80% acaba llegando a un acuerdo.
Ana Avellaneda recuerda uno de los casos que tuvo: un matrimonio llevaba a su hijo de tres años al médico de un centro de salud debido a una serie de males, el sanitario les dijo que iban demasiado y acabaron insultándose y cruzándose denuncias. Tras someterse a mediación, retiraron las acciones porque la madre «entendió que no supo hacerle ver al facultativo la preocupación que tenía por las enfermedades de su hijo y éste comprendió que no se explicó bien», reseña Avellaneda, que, junto a Fernández Bargiela, lleva desde 1999 estudiando esta vía.
«Agradecen mucho el diálogo, muchas veces unos dicen a los otros: si hubieras hablado conmigo no estaríamos aquí», precisa Nancy Fernández. «El problema es que un conflicto como el de estas chicas no les afecta sólo a ellas, sino también a sus grupos, los individuos se posicionan con uno o con otro. Aquello fue una escalada. Al final se relajó todo, ellas salieron convencidas de que eso termina allí».
Avellaneda se queja de que este servicio –voluntario, aunque hay mediadores privados– no está en todos los juzgados. Ambas profesionales insisten en que hay que extenderlo a todos –en Instrucción sólo otros dos órganos lo ofertan–.
Si se llega a un acuerdo, lo normal es archivar el procedimiento. Si no, nadie pierde, porque la investigación continúa. En lo que insisten estos tres profesionales es en que la mediación debería ser obligatoria, al menos para determinados delitos. «Yo lo pondría como una opción ante determinados delitos: estafas, apropiaciones indebidas, daños, lesiones, injurias y amenazas, y estudiaría otros», indica el magistrado, quien añade que la mediación evita, precisamente, la doble victimización del proceso penal: no hay que declarar lo mismo a la policía, al juez y luego repetirlo en el juicio.
La primera sesión es la más difícil. Hay que romper la tensión, el hielo, llegar al corazón del conflicto. «Les decimos que el juez ve que él puede resolver su asunto; eso a la persona le da fuerza. La gente se queja de que en el juzgado no le dejan hablar y aquí se facilita el sitio», precisa Fernández Bargiela. Avellaneda recuerda que nada hay que perder.
La abogada Nancy Fernández asegura que le gusta resolver el tema en la primera de las citas, no en las siguientes porque cuando salen de la sala los protagonistas reciben la opinión de todo el mundo y eso les influye. «Lo máximo han sido tres sesiones», precisa, aunque Ana Avellaneda subraya que la primera «es la clave».
¿Cómo se les entra, qué se les dice para que confíen en la persona que media, cómo echar abajo ese muro de indignación y silencio? «Los haces hablar, le refuerzas de forma positiva su versión sin llamar mentiroso a nadie. Es el lenguaje», apostilla Nancy Fernández, a lo que Avellaneda agrega: «El trabajo lo hacen ellos cuando la gente está dispuesto a resolver el problema». Es, otra vez, la semántica.
Con una disculpa vale
Muchas veces no quieren dinero, ni ver al otro entre rejas o una orden de alejamiento, explican, simplemente se conforman con una disculpa. En el juicio se va al grano, porque los juzgados están saturados de procesos. La mediación además supone un ahorro de dinero y tiempo para la justicia: no hay que celebrar actos, comparecencias o juicios innecesarios ni citar testigos o peritos.
Avellaneda recuerda una mediación que ilustra a la perfección lo que cuenta: un problema de tráfico acabó con un joven y un hombre enzarzados en una refriega; en un juicio, hubieran sido condenados. En la mediación, uno supo que el chico conoció ese día que su padre tenía cáncer y el otro no podía soportar que lo insultaran delante de su mujer. «Se conocían del barrio. Llegaron a pedirse perdón. Uno le dijo al otro: ‘No ha sido para tanto, pero me insultaste’. Al final se dieron la mano y se tomaron algo abajo», a lo que el juez añade: «Con una disculpa se quedan más que satisfechos».
La mediación penal se abre paso poco a poco pero sus protagonistas quieren más espacio. Sólo necesitan tiempo y diálogo.
José Antonio Sau. Laopinióndemalaga. Málaga, España. 15/02/15

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