La Mediación Penal gana terreno gracias a jueces y voluntarias pioneros que
apuestan por otra forma de hacer justicia
Las dos
chicas tenían apenas veinte años. Una fuerte pelea acabó en los juzgados. Ni se
miraban a la cara presas de la indignación. Una sesión de dos horas y media con
la voluntaria Nancy Fernández Bargiela fue suficiente para que su
enfrentamiento no llegara a juicio, hablaran de sus problemas y llegasen a un
acuerdo. «Terminaron dándose un beso», dice esta profesional. La mediación gana
terreno en la justicia andaluza gracias a jueces y voluntarias audaces, que han
comprendido el valor del diálogo para solucionar conflictos. La empatía también
tiene sitio en el juzgado.
En el
Juzgado de Instrucción número 7 de Málaga el titular del órgano, Román Martín
González López, selecciona unos sesenta expedientes mensuales de entre todos
los asuntos que le llegan y los manda a mediación. En la jurisdicción penal
esta práctica es más complicada por la trascendencia y gravedad de los delitos.
En este y
otros dos órganos de Instrucción la experiencia, amparada por el Consejo
General del Poder Judicial (CGPJ), se lleva a cabo de forma pionera desde hace
tres años. Esta práctica está muy extendida en Familia, y en apenas 15 días se
implantará en los juzgados de lo Mercantil, aunque si triunfa en Penal, como
está ocurriendo, tendrá mucho camino recorrido.
«La
mediación es una solución, porque muchas veces un juicio no arregla los
problemas de fondo. Las malas relaciones entre las partes o los familiares
siguen existiendo aparte de la respuesta judicial. Con la mediación, por
ejemplo, si esas dos chicas se ven por la calle no se pegan otra vez», precisa
el magistrado, un auténtico adalid de esta forma humana y empática de hacer
justicia.
"Facilitar
la comunicación"
En
Instrucción 7 trabajan con la Asociación para la Mediación Familiar e
Intergeneracional de Málaga (Amfima). Las abogadas y expertas mediadoras Nancy
Fernández y Ana Avellaneda son dos de las voluntarias más veteranas, conocen el
terreno y buscan el acuerdo con la seguridad y la mano izquierda con que un
zahorí encuentra agua en un suelo seco. «El escenario es muy importante.
Después de la denuncia, los enfrentados se ven en el juzgado y no pueden
comunicarse. Nosotras lo que hacemos es facilitar la comunicación en un espacio
distinto y resolver positivamente el conflicto», dice Avellaneda.
A lo mejor,
cuentan ambas voluntarias, no llegan a un pacto agresor y agredido, «pero
acaban mirándose a la cara». El magistrado Martín González asegura seleccionar,
junto al secretario, los casos susceptibles de ser sometidos a mediación
siguiendo su intuición. «A veces me da la impresión de que pueden llegar a un
acuerdo, pero cuando el enfrentamiento es muy grande huimos de ello», recalca.
Una vez
hecha la selección, el expediente pasa a Amfima, explica Fernández Bargiela, se
manda una carta a los afectados ofreciéndoles el servicio, se les llama y, si
aceptan, se les da una sesión informativa individual en un espacio reservado
para el diálogo en la Ciudad de la Justicia. «Luego les preguntamos si quieren hablar
entre ellos, pero también podemos hacer la mediación sin que se vean», relata.
El
desconocimiento respecto a esta práctica es muy grande aún. El juez cree que
debería publicitarse esta posibilidad en el Juzgado de Guardia y en el
vestíbulo de los palacios de Justicia de todos los partidos judiciales, porque
muchos ciudadanos no saben que pueden recurrir a esta vía. Él selecciona los
casos, a veces piden la mediación los abogados, otras éstos la obstaculizan,
pero lo que es seguro es que si ofensor y ofendido no conocen esta vereda no la
tomarán.
Desconocimiento
«Muchos me
dicen ojalá lo hubiera sabido yo antes», precisa. Los tres profesionales
afirman que, de los que acceden a esta vía, el 80% acaba llegando a un acuerdo.
Ana
Avellaneda recuerda uno de los casos que tuvo: un matrimonio llevaba a su hijo
de tres años al médico de un centro de salud debido a una serie de males, el
sanitario les dijo que iban demasiado y acabaron insultándose y cruzándose
denuncias. Tras someterse a mediación, retiraron las acciones porque la madre
«entendió que no supo hacerle ver al facultativo la preocupación que tenía por
las enfermedades de su hijo y éste comprendió que no se explicó bien», reseña
Avellaneda, que, junto a Fernández Bargiela, lleva desde 1999 estudiando esta
vía.
«Agradecen
mucho el diálogo, muchas veces unos dicen a los otros: si hubieras hablado
conmigo no estaríamos aquí», precisa Nancy Fernández. «El problema es que un
conflicto como el de estas chicas no les afecta sólo a ellas, sino también a
sus grupos, los individuos se posicionan con uno o con otro. Aquello fue una
escalada. Al final se relajó todo, ellas salieron convencidas de que eso
termina allí».
Avellaneda
se queja de que este servicio –voluntario, aunque hay mediadores privados– no
está en todos los juzgados. Ambas profesionales insisten en que hay que
extenderlo a todos –en Instrucción sólo otros dos órganos lo ofertan–.
Si se llega
a un acuerdo, lo normal es archivar el procedimiento. Si no, nadie pierde, porque
la investigación continúa. En lo que insisten estos tres profesionales es en
que la mediación debería ser obligatoria, al menos para determinados delitos.
«Yo lo pondría como una opción ante determinados delitos: estafas,
apropiaciones indebidas, daños, lesiones, injurias y amenazas, y estudiaría
otros», indica el magistrado, quien añade que la mediación evita, precisamente,
la doble victimización del proceso penal: no hay que declarar lo mismo a la
policía, al juez y luego repetirlo en el juicio.
La primera
sesión es la más difícil. Hay que romper la tensión, el hielo, llegar al
corazón del conflicto. «Les decimos que el juez ve que él puede resolver su
asunto; eso a la persona le da fuerza. La gente se queja de que en el juzgado
no le dejan hablar y aquí se facilita el sitio», precisa Fernández Bargiela.
Avellaneda recuerda que nada hay que perder.
La abogada
Nancy Fernández asegura que le gusta resolver el tema en la primera de las
citas, no en las siguientes porque cuando salen de la sala los protagonistas
reciben la opinión de todo el mundo y eso les influye. «Lo máximo han sido tres
sesiones», precisa, aunque Ana Avellaneda subraya que la primera «es la clave».
¿Cómo se
les entra, qué se les dice para que confíen en la persona que media, cómo echar
abajo ese muro de indignación y silencio? «Los haces hablar, le refuerzas de
forma positiva su versión sin llamar mentiroso a nadie. Es el lenguaje»,
apostilla Nancy Fernández, a lo que Avellaneda agrega: «El trabajo lo hacen
ellos cuando la gente está dispuesto a resolver el problema». Es, otra vez, la
semántica.
Con una
disculpa vale
Muchas
veces no quieren dinero, ni ver al otro entre rejas o una orden de alejamiento,
explican, simplemente se conforman con una disculpa. En el juicio se va al
grano, porque los juzgados están saturados de procesos. La mediación además
supone un ahorro de dinero y tiempo para la justicia: no hay que celebrar
actos, comparecencias o juicios innecesarios ni citar testigos o peritos.
Avellaneda
recuerda una mediación que ilustra a la perfección lo que cuenta: un problema
de tráfico acabó con un joven y un hombre enzarzados en una refriega; en un
juicio, hubieran sido condenados. En la mediación, uno supo que el chico
conoció ese día que su padre tenía cáncer y el otro no podía soportar que lo
insultaran delante de su mujer. «Se conocían del barrio. Llegaron a pedirse
perdón. Uno le dijo al otro: ‘No ha sido para tanto, pero me insultaste’. Al
final se dieron la mano y se tomaron algo abajo», a lo que el juez añade: «Con
una disculpa se quedan más que satisfechos».
La
mediación penal se abre paso poco a poco pero sus protagonistas quieren más
espacio. Sólo necesitan tiempo y diálogo.
José Antonio Sau. Laopinióndemalaga. Málaga, España. 15/02/15
No hay comentarios:
Publicar un comentario