-Teoría de la Comuncación-
-Mediación Familiar-
Comienza por un simple comentario («cuelga la camisa»), continúa con un cruce de algo más que palabras («ahora voy», «ahora no, ¡ya!», «estoy cansado», «luego tendré que hacerlo yo»...) y termina en una retahíla de reproches («nunca me ayudas en casa», «trabajo muchas horas», «yo también lo hago y no lo valoras»...). El enfrentamiento está servido. Las discusiones se infiltran como un miembro más, casi cotidiano, en numerosas relaciones de pareja. No siempre son negativas, a veces sanean la convivencia; pero hay que saber dónde está el límite y cuándo pedir ayuda.
¿Por qué se discute? «La base es la posición que cada uno pretende tener ante una situación», explica Mari Carmen Ramajo, psicóloga de ISEP Clínic Barcelona y especialista en terapia de pareja. Y una de las más repetidas y polémicas en los hogares de hoy es el reparto de las tareas domésticas.
«Es uno de los retos de la pareja del siglo XXI. Las mujeres hemos accedido a la vida pública, pero no ha sucedido que los hombres hayan ido al ámbito privado, aún no asumen las tareas en igualdad con las mujeres», apunta Miren Larrazábal, directora del Instituto Kaplan de Psicología
Las desavenencias por este motivo superan las peleas por celos, como confirma Ramajo. Sólo en los casos en los que ha habido una infidelidad previa, la desconfianza es el problema enquistado en la relación.
Estratagemas
Un reciente informe del instituto Ipsos desvela que el 52% de las parejas españolas discute por la distribución de las faenas de la casa, cinco puntos por encima de la media europea. La cifra aumenta hasta el 60% en el caso de los jóvenes. «Si yo considero que hago una inversión mayor en la distribución de tareas, me voy a sentir insatisfecho y será un foco de conflictos», apunta Ramajo. Según el estudio, el origen de las disputas son las «estratagemas» a las que recurren los hombres para librarse de colaborar. Estar cansado, suplicar, salir de casa y hacer chantaje son los argumentos y actitudes recurrentes.
No obstante, como apunta la psicoanalista de la Escuela Grupo Cero, Helena Trujillo, las discusiones que se desatan por el modo de organizar los calcetines (por ejemplo) son en ocasiones excusas que esconden un problema mayor del que, muchas veces, no se es consciente. «Hay casos en los que existe una agresividad inconsciente hacia la pareja, que crece con el nacimiento de los hijos», añade la especialista en terapia de pareja.
Así, el aumento de la familia es una de las mayores alegrías en una relación, pero también trastoca la dinámica de vida, los horarios son más ajustados, el compromiso con el hogar es mayor... y la comunicación se resiente. Con frecuencia, las mujeres -aunque no es exclusivo de ellas- «desplazan todo su interés vital hacia los hijos y el hombre se siente entonces apartado», apunta Trujillo. Si no se soluciona a tiempo, la intolerancia hacia el otro se instala en la relación.
Y es que cualquier cambio, incluso los positivos (el inicio de la convivencia, la llegada de un bebé, un ascenso profesional o hasta un premio de lotería) requiere que ambas partes pongan en marcha una serie de recursos y estrategias para adaptarse. En algunos casos son capaces de manejar la situación de manera eficaz por sí solos, pero en otros se convierte en un obstáculo.
El dinero, la educación de los hijos, las normas domésticas, la familia política, la ocupación del tiempo de ocio... se suman a la lista de las desavenencias conyugales. En cualquier caso, discutir no siempre es dañino. Según el diccionario, el término significa «alegar razones contra el parecer de una persona, manifestar cierta oposición». Y llevar una vida en común no implica tener un pensamiento único.
Intercambio de ideas
En opinión de Trujillo, «falta educación sobre la comunicación: se tiende a creer que no pensar igual supone un conflicto». Y nada de eso: hay que aprender a vivir con las diferencias y respetar los límites de cada uno. En esta línea, Ramajo afirma que el intercambio de ideas es positivo. «El problema llega cuando utilizamos la discusión como arma para realizar reproches y lanzar mensajes para atacar al otro», comenta. Para Larrazábal, la manera de gestionar los conflictos marca la diferencia entre una relación sana y la que no lo es.
Existe un error de partida que se traduce en una frase: Si me quisiera, lo sabría. ¿Quién no lo ha pensado alguna vez? «Los mensajes no son claros y nos encontramos con un total desconocimiento del otro», comenta Ramajo. Eso sí, los terapeutas avisan: hay que cuidar la información que se da. Larrazábal advierte de que ciertos comentarios son «gratuitos, sin otro objetivo que dañar a la otra persona». ¿Qué intención tiene decirle al marido que en el trabajo hay un compañero muy atractivo? «Lo único que se logra es inquietarle», añade. En opinión de Trujillo, revelar un desliz o una fantasía sexual con otro con el único objetivo de molestar podría suponer estropear una relación que funciona. El consejo: antes de abordar un tema delicado, preguntarse cuál es el propósito de comunicar esa información.
Publicado originalmente el 8 de Febrero de 2009 en "Ideal.es".
No hay comentarios:
Publicar un comentario