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“La gente está harta de confrontar”




Mundo Mediación

Paraná, Entre Riós, Argentina. La capacidad de diálogo de los actores sociales se deteriora con el tiempo. La vertiginosidad de los cambios a través de la historia política del país, las crisis económicas, la censura, el terror y la inseguridad condicionaron los intereses de unos y favorecieron los de otros. La conversación se transformó en discusión y la disputa en peleas y conflictos graves donde el silencio, la complicidad y la muerte, muchas veces, arrasaron con la confianza de las personas. La dinámica de vida de nuestros días exige espacios de diálogo que si bien están instalados dentro de las formas de sociabilidad, se atenúan en la pérdida de la voluntad de hablar y escuchar. Así lo entiende la licenciada María Gabriela Rodríguez Querejazu, quien disertó en nuestra ciudad como parte de las actividades organizadas por el Centro de Mediación de la Defensoría del Pueblo de Paraná. Docente universitaria y pedagoga, se especializó en Mediación Comunitaria, procesos de diálogo y construcción de consenso. Es co-autora del libro Mediación comunitaria. Conflictos en el escenario social urbano. Coordinó programas de mediación en el Ministerio de Justicia de la Nación, es consultora de la Red de Apoyo del Proyecto Regional de Diálogo Democrático, y es presidenta de la Asociación Civil Diseño Comunitario. “El mundo se ha complejizado y los conflictos surgen permanentemente. El objetivo es plantear alternativas de análisis y abordaje y, finalmente, de transformación de las relaciones sociales para mejorar la convivencia y resolver los problemas”, dice.—¿De qué manera encara un conflicto la mediación comunitaria?—Se trabaja con los conflictos apenas surgen. El primer paso es trabajarlos de una manera preventiva, ya que muchas veces, una vez que se presentan, se pueden trasladar, potenciar y, finalmente, desembocar en violencia. Quienes trabajamos en los problemas cotidianos, tratamos de que no se produzcan confrontaciones sociales ni judicializaciones. Para eso, lo importante es aceptar que cada uno tiene sus responsabilidades desde el momento en que nos comunicamos. —¿Y cómo se actúa frente a las relaciones de poder involucradas?—El problema es cuando el poder se maneja en favor de un solo interés. Lo que hay que lograr es que el manejo no se torne abusivo y ciertos sectores se vean afectados. Si yo tengo un poder de gobierno, tengo que generar espacios de diálogo y contemplar todos los intereses. Para eso hay que modificar el lugar del observador. Es como que si la pirámide se debiera transformar para contemplar a todos. Y desde ese lugar de exclusión se da el mayor ámbito de confrontación social, y eso es lo que hay que trabajar. Lo que no se percibe es que los que tienen más poder son los que más tienen que contemplar los intereses de todos.—También afecta a la gobernabilidad. —Sí, y los especialistas en conflictos públicos y sociales queremos ayudar a tomar conciencia de esto. Muchos de los que llegan al poder creen que, una vez que subieron, se hará lo que ellos quieran. Y este pensamiento, tarde o temprano, se vuelve en contra. Cuando un conflicto se vuelve incontrolable por un sector excluido, la magnitud de ese sector vuelve ingobernable. Con el paso del tiempo y gracias a la participación popular, los medios y los organismos de control, la exclusión se puede ver y, en consecuencia, hay que buscar un canal que sea constructivo, y esto es una responsabilidad de todos y, sobre todo, de los que tienen más poder.—¿Cómo se concreta el cambio? —La transformación viene a través del diálogo. Nosotros no podemos garantizar resultados porque, en un conflicto, nadie mejor que las propias partes para decir solucionar las cosas de tal o cual manera. Cada uno va a tener su visión y, a partir de que los actores se sientan a conversar, deben tener la voluntad suficiente para reconocer que un problema se ha transformado en conflicto, mirar desde otra perspectiva, escuchar al otro y tomar una decisión que sea consensuada. DESAFÍOS. —¿A qué conflictos de magnitud nos enfrentamos actualmente?—En este momento estamos muy abocados a los temas interculturales que tienen que ver con los incluidos y los excluidos. Trabajamos con distintas comunidades que están reclamando un espacio propio para vivir y desarrollar sus necesidades. El fondo de la cuestión es el no reconocimiento del otro como diferente, y es un tema muy delicado. Generalmente en otros países como España, se comienza a sentir la crisis económica y hay una declaración de trabajar en el conflicto intercultural por la inclusión del otro. Pero hay algunos que tienen connotación de extranjeros y otros de inmigrantes. Esto no es menor, porque algunos son extranjeros, y eso es un lugar de poder. Ahora, nos vemos frente a la construcción de muros interbarriales. Este tipo de confrontaciones donde el muro de Berlín cayó y seguimos construyendo paredes, tiene que ver con la poca aceptación de que el otro es diferente. —¿Qué conflictos resueltos desde ese punto de vista podés considerar como destacables?—Se pueden resolver muchos conflictos, sobre todo cuando nos damos cuenta que hay voluntad. Todo problema surge por una compatibilidad de intereses y, a partir de allí, en la mayoría de los casos, los patrones son los mismos. Desde una protesta que tiene que ver con una mina en Bolivia, hasta un problema cotidiano, donde no se administra un espacio para que todos puedan ganar. Aquí se debe aplicar el paradigma de la resolución pacífica de conflictos. —¿Cómo han evolucionado a lo largo del tiempo las condiciones y voluntad de las personas en los distintos conflictos?—Voy a decir algo que puede ser delicado. Creo que las personas y la sociedad civil están un paso más adelante que la dirigencia política, porque hay un hartazgo, aún no profundizado ni explícito. En distintas comunidades del país, se puede ver que las personas empiezan a sentir el hartazgo de la confrontación. Hay una voz que no está siendo escuchada y es la de quienes necesitan vivir más tranquilas. El diálogo es una palabra que se banaliza y se bastardea. No tenemos capacidad de diálogo porque no nos han enseñado a conversar ni a escuchar. Sabemos discutir, pelear y gritar, pero no visualizar una solución conjunta donde estén involucrados todos los intereses. Y esto se percibe claramente. La gente está pidiendo otra cosa: si hay alguien que habla es porque otro lo escucha y viceversa. Suena a perogrullo, pero es el punto de partida para articular los conflictos de otro modo. EDUCAR. —¿Se está trabajando la mediación en las escuelas?—Por suerte se está poniendo en práctica. Los chicos han aprendido y hoy, en algunos casos, son hasta maestros de sus propios padres, a quienes les dicen que es bueno escucharse. El Estado tiene, a través del Ministerio de Educación, un programa nacional que aborda la mediación educativa. La provincia trabaja en consonancia con el programa nacional Enredarse. Todavía no está expandido pero se está haciendo de a poco. El Estado hace más de 15 años decidió establecer la resolución de conflictos como una política pública. Hace falta que los propios dirigentes tomen conciencia de que los recursos ya están. Y creo que la educación formal y no formal es el primer paso para restablecer la capacidad de diálogo. —¿Cómo influye un disciplinamiento autoritario como el de las dictaduras militares sobre la capacidad de diálogo de la gente?—Es algo clave. Una persona con miedo es muy difícil que pueda manifestar sus intereses. Y si durante muchos años, además de tener miedo, quedarse en su casa, hablar y no participar, esa persona perdió la vida, es algo delicado. Es necesario hacer una reeducación de que la democracia, con todos sus problemas, es el mejor sistema comprobado. Pero democracia y diálogo tienen que ir de la mano: un proceso estructurado donde todas las partes puedan tener el espacio de manifestar lo que se piensa. A partir de allí se construye algo distinto. Se trata de construir un diálogo con confianza y voluntad de cambio.—En los parámetros para la mediación que mencionaste hay varios conceptos del biólogo y epistemólogo chileno Humberto Maturana. ¿Qué mensaje nos podría dejar ahora?—Una de las cuestiones fundamentales con las que nosotros trabajamos es el modelo del observador. Si el lenguaje es acción, a la hora de sentarnos a dialogar en un conflicto, tenemos que tener mucho cuidado con lo que decimos porque el lenguaje genera una realidad. Si uno cree que no hay posibilidad de cambio porque tu observador te dice que objetivamente las cosas no pueden transformarse, las acciones que se realicen van a hacer en función del no-cambio. Pero si pensamos que cada uno tiene una cuota de poder y participación para transformar esa realidad, vamos a poder resolver el problema, No nos quejemos de que las cosas no cambian si no hay voluntad para escuchar al otro.
Publicado en el 27 de Junio de 2009 en el sitio "El Diario de Paraná", Entre Ríos, Argentina

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