La Unión de Asociaciones Familiares (UNAF)
cuenta con un servicio pionero en mediación entre parejas separadas con hijos.
Tres de los profesionales que lo pusieron en marcha explican en qué consiste
"El niño no pierde una familia, lo que
cambia es cómo nos relacionamos", apunta Monahem Moya. "Se atienden
los sentimientos de ruptura, de pérdida, de engaño, de humillación, de culpabilidad",
explica Begoña González
Se puede acceder por vía voluntaria o
judicial: "Partimos de que las personas se comprometen más con aquellos
acuerdos en los que sienten que han tenido alguna responsabilidad que con los
que han sido impuestos"
Madrid, España. Cuando una pareja con
hijos se rompe, los menores no dejan de tener una familia, sino que pasan a
relacionarse con ella de una manera diferente. Es uno de los mensajes que los
mediadores familiares de la Unión de Asociaciones Familiares (UNAF) tratan de
trasladar a los progenitores que se separan y que acuden a su servicio de
mediación, pionero en España. El trabajo de estos profesionales consiste en
guiar una negociación en las parejas para que lleguen a acuerdos, de forma
voluntaria y consensuada, evitando un contencioso judicial, sobre cualquier
asunto relativo a los hijos –custodias, manutención, tiempo con uno y otro
padre, educación, etc.– o que suponga un foco de tensión –por ejemplo, los
asuntos económicos y patrimoniales–
Los
expertos afirman de forma tajante que una ruptura no es una cuestión jurídica,
sino emocional. Y esto es, precisamente, lo que se intenta gestionar antes de
llegar frente a un juez. "Que un juez te diga que se hace esto o lo otro,
no va a solucionar el problema, porque lo emocional lo tiñe todo. Si yo no he
decidido la ruptura y estoy enfadado, te lo voy a hacer pagar y tengo dos
monedas: los hijos y el tema económico. O si me siento culpable y cedo todo en
el apartado económico, cuando al cabo de un mes no me llegue para vivir, no voy
a cumplir el acuerdo", pone como ejemplo el mediador Monahem Moya. Por
eso, "es fundamental que se den cuenta en base a qué están tomando sus
decisiones: si es algo racional o irracional". Así, se atajan "los
conflictos familiares que, en los juzgados se resuelven, pero con costes
emocionales y económicos altísimos. Mientras, con la mediación se atienden los
sentimientos de ruptura, de pérdida, de engaño, de humillación, de
culpabilidad… que dificultan los acuerdos”, explica la abogada y mediadora
Begoña González.
Existen dos
formas de llegar a la mediación: por iniciativa propia o por la vía
intrajudicial. En el primer caso, se trata de parejas que conocen el servicio y
acuden a él antes de iniciar un contencioso; en el segundo, es el juzgado quien
les exhorta a acudir a una sesión informativa. En cualquier caso, seguir
adelante con el proceso es siempre una decisión voluntaria. En caso de ser
afirmativa, tiende a facilitar las bases para un entendimiento. "De
momento, vienen con la voluntad de sentarse juntos, en la misma sala, uno al
lado del otro y de hablar y negociar. No quiere decir que sea fácil llegar a un
acuerdo, pero quien ni quiere ni puede negociar no viene a mediación o, si lo
hace, se va tras la primera o la segunda entrevista", reconoce González.
"Partimos
del principio de que las personas se comprometen más con aquellos acuerdos en
los que sienten que han tenido alguna responsabilidad que con los que han sido
impuestos", explica Carlos Abril Pérez del Campo, psicólogo clínico,
trabajador social y mediador de UNAF, como Moya y González, desde que se puso
en marcha el proyecto piloto a principios de la década de los 90. Por aquel
entonces, "había un elevado número de procedimientos contenciosos y un
alto número de incumplimiento respecto a las resoluciones judiciales",
recuerda. No en vano, habían pasado apenas 10 años desde la aprobación de la
ley del divorcio de 1981, que suponía un cambio de paradigma. Hasta aquel año,
las separaciones solo se permitían cuando uno o los dos miembros de la pareja
tenía un comportamiento considerado inadecuado, que había que demostrar ante un
juez.
“Educar en la Cultura de la Paz”
Para Moya
es un tema educacional: "La visión que tenemos del conflicto es negativa:
no tengo que solucionarlo, tengo que ganar al otro, arruinarle. Me da igual el
ámbito que sea, cuando un conflicto se puede solucionar por la colaboración,
para ganar los dos o que los dos perdamos menos". "Hay que educar a
la gente, desde la infancia, en la cultura de la mediación, de la negociación y
de la gestión positiva de conflictos, lo que se llama cultura de la paz",
añade González.
En sus 28
años de servicio, UNAF ha atendido a 2.864 familias, 93 de ellas en 2017. El
perfil es el de parejas de mediana edad (38 años de media ellas; 40, ellos),
con 13 años de convivencia, ambos con trabajo (80%-90%) y con 3,3 personas de
media en la unidad familiar. La duración del proceso depende de la familia,
pero suele durar unas 8 entrevistas semanales, de una hora de duración. El
porcentaje de éxito alcanza el 60%, mientras el 21% no llega a un acuerdo –el
resto han culminado el proceso cuando se realizaron las correspondientes estadísticas–.
Cuando llegan a la mediación, influye en el resultado. "Existe una
diferencia muy grande entre las parejas que acuden antes de iniciar el
procedimiento judicial contencioso y las que llegan después, porque ya hay
mucha hostilidad entre ellas", apunta Abril, aunque "hay momentos en
los que se abre la posibilidad de una negociación o acuerdo porque la pareja se
hace consciente del daño que está ocasionando esa situación a los hijos –por
ejemplo, tras un informe psicológico– o al patrimonio".
El trabajo
de estos mediadores, indica Abril, es "guiar o conducir una negociación en
la pareja, para que lleguen a acuerdos". Lo hacen a través de varias fases
en un proceso metodológicamente estructurado. En primer lugar, se realiza una
primera fase de pre-mediación. "El objetivo es que la pareja conozca en
qué consiste, para dar su consentimiento", además de realizar una
"entrevista de verificación, para obtener información sobre cómo han
llegado a esa situación de ruptura, cuál es el recorrido de cada miembro hasta
la decisión, en qué momento se encuentra cada uno, qué saben los hijos y cómo
les está afectando".
Si la
pareja opta por seguir adelante, se entra en la fase de negociación. "Aquí
se hablará de todos los aspectos que la ley obliga a tratar en un proceso de
separación: dónde van a vivir los hijos y con quién, el tiempo que van a pasar
con cada uno, las contribuciones económicas a las necesidades de esos menores
y, a veces cuestiones de tipo patrimonial, en el caso de que haya un régimen
económico de bienes gananciales. También, cualquier otra preocupación que, como
padres, puedan tener sobre la adaptación de los hijos a la situación de la
ruptura", continúa Abril. "Es un ciclo negociador en el que, en cada
asunto, se define cuál es el problema de forma conjunta. A partir de ahí,
tienen que generar alternativas para solucionarlo y analizar y negociar cómo se
va a hacer. No se trata de que yo tenga un problema con mi hijo; si yo tengo un
problema con mi hijo, el problema es de los dos, porque el hijo es de los
dos".
“La tensión se traspasa a los menores”
"Si
los padres tienen muchos conflictos, esa tensión se traspasa a los menores, que
viven en ese ambiente de discusión, de tensión, de conflicto", señala
González. Por eso, "se trata de hacerles ver la importancia de la
unificación de los criterios, porque lo que daña es el conflicto
parental", apunta Abril. Y pone un ejemplo: "Lo importante no es que
el niño se acueste a las 9 o as las 10, sino el conflicto que visualiza entre
sus padres". "Para los niños, las dos personas más importantes de sus
vidas son sus padres, por lo que cualquier aspecto que les dañe a ellos, dañará
al niño", señala Moya, que aboga por "darles la libertad de poder
relacionarse con su padre y con su madre como ellos quieran y que pueda decirle
a mamá lo bueno que es papá y a papá lo buena que es mamá sin escuchar ‘si yo
te contara…’. El niño no pierde una familia, lo que cambia es cómo nos
relacionamos".
Para
facilitar la negociación, el mediador utiliza técnicas de varios ámbitos de
intervención, como gestión de conflictos, negociación, escucha activa,
reformulación, preguntas abiertas, cerradas y circulares… O generación creativa
de opciones, para poner sobre la mesa alguna solución más. "Pero nunca
dirigimos”" asevera González, porque "el mediador tiene que ser
imparcial y neutral. No puede trasladar sus propios valores a la pareja".
En ese sentido, las sesiones se realizan siempre de forma confidencial y con
los dos miembros de la pareja, para evitar suspicacias o pérdidas de confianza.
"Únicamente
se hacen entrevistas individuales, de forma excepcional, si ha surgido, por
ejemplo, cierta sospecha de que pueda existir maltrato o violencia",
matiza Abril. En estos casos, la mediación está explícitamente prohibida por la
ley de violencia de género. Está contraindicada, también, en situaciones en las
que uno de los miembros no tenga capacidad para decidir libremente continuar
con el proceso o comprometerse con los acuerdos que se alcancen –por ejemplo,
en situaciones de dependencia, alcoholismo, drogadicción–.
Si la
mediación llega a buen puerto y la pareja consigue alcanzar acuerdos, se
redacta un acta final de mediación. En este documento se reflejan todos los
acuerdos y, con la tramitación correspondiente en el juzgado, tiene carácter
vinculante. Además, los firmantes se comprometen a tratar cualquier
discrepancia futura por la vía de la mediación antes de acudir a los
tribunales. Moya apunta otro factor a tener en cuenta: "Desde el punto de
vista de la familia tradicional, una ruptura puede ser negativa. Pero tiene una
parte positiva, que es la oportunidad de cambiar las cosas. Si no podemos ser
felices juntos, seámoslo separados ¿Los niños lo pasan mejor o peor? En una
relación con alto conflicto en casa, si los padres están separados y cuando
está con su madre están bien y cuando están con su padre también, no sé qué es
mejor".
David
Noriega. El Diario.es. España, 07/01/2019
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