La
discusión sobre la delincuencia juvenil (jóvenes en conflicto con la ley penal)
suele generar un intercambio de opiniones basado en posiciones extremas. En
este sentido, no es extraño que los ciudadanos consideren este debate en
términos de una ineludible toma de partido por una de dos posiciones: "la
única solución es aplicar la sanción" y "la única respuesta viable es
no castigarlos". Cada una de estas propuestas tiene, a su vez, una versión
más extrema: "hay que encerrarlos a todos y tirar la llave" y
"no hay que tocarles un pelo porque no son responsables por lo que ha
sucedido".
Esta manera
de plantear el debate se ha instaurado también en lo referente a la forma de
presentar los dos modelos de respuesta frente a los casos de vulneración de una
norma; el modelo retributivo y el restaurativo. En general, cada uno de los
defensores de un modelo suele presentar al otro en su peor versión; los
retributivistas presentan el modelo restaurativo en términos de un laisser
faire donde con el perdón y el arrepentimiento está todo saldado. Mientras que
los restaurativistas caricaturizan el modelo retributivo en términos de un
castigo irracional, que se acaba aproximando al ejercicio puro y duro de la
venganza.
A mi modo
ver, al final de todos estos intercambios habrá que reconocer que en el punto
medio está la virtud. Por un lado, me parece que éstas no son las mejores
descripciones de cada uno de estos modelos. Y, por el otro, pensar cada uno de
ellos como la única respuesta viable para todo el complejo mundo de la
delincuencia juvenil es, nuevamente, una simplificación excesiva que no ayuda.
En lo cotidiano, cualquier lector que sea padre de un joven sabe que el éxito
radica en la capacidad para combinar distintas maneras de responder frente a
situaciones diversas.
De estos
dos modelos el que quizás ha sido más desvirtuado, probablemente porque surge
por oposición al otro, ha sido el restaurativo. En su versión más directa, lo
que la justicia restaurativa propone es que siempre que se comete un acto
ilícito, se provoca un daño. Además, se considera que aquel que provocó el daño
tiene la obligación de repararlo o restaurarlo. Esta afirmación tiene dos
consecuencias. Primero, la impunidad no encaja en estos modelos, porque no es
restaurativa; no hay reparación del daño si no hay respuesta frente al
victimario por el acto cometido. Segundo, la sanción no puede ser un fin en sí
misma porque el castigo al victimario no genera la reparación de la víctima. Lo
restaurativo defiende la construcción de una respuesta que permita que el
victimario aprenda al tiempo que repara el daño causado a la víctima y/o a la
comunidad.
Esta
propuesta es mucho más complicada que la opción de la sanción como un fin o de
la impunidad como respuesta. Pero, precisamente, lo que se defiende es la
necesidad de generar respuestas más complejas que aquellas que son presentadas
de manera simplista. Muchos confunden la idea de una propuesta de justicia
restaurativa con un modelo de mediación víctima-victimario. La mediación es una
de las herramientas posibles frente a un caso. Pero no siempre es viable o
aconsejable el encuentro dentro de una propuesta restaurativa.
En los
últimos meses se ha venido desarrollando un proyecto piloto de justicia juvenil
restaurativa en la Municipalidad de San Isidro con la participación del Colegio
de Abogados, el Obispado, la Universidad de San Andrés, la fiscalía, la
Defensoría y la jueza penal juvenil de San Isidro Patricia Klentak. El programa
trabaja con jóvenes en conflicto con la ley penal cuando cometen sus primeros
delitos y siempre que éstos sean de baja intensidad, en contraposición de los
de alta intensidad, como el caso de un asesinato o un robo a mano armada.
El objetivo
del programa es cortar el vaso comunicante entre la delincuencia de baja
intensidad y la de alta intensidad; evitar que el joven redoble la apuesta
cometiendo delitos cada vez más graves. La delincuencia juvenil de baja
intensidad, que es mayor que la de alta intensidad, no obtiene la misma
atención ni genera el mismo nivel de inquietud social. Sin embargo, es en esa
relativa indiferencia donde los jóvenes transitan de un espacio a otro con
cierta normalidad. La falta de respuestas del sistema (impunidad) o las respuestas
exclusivamente sancionadoras no han evitado, ni evitan, que los jóvenes vayan
por más después de sus primeros delitos. El modelo restaurativo que aquí se
defiende busca, entonces, que el joven aprenda sobre la responsabilización de
sus actos y la reparación por el daño causado.
Esta
reparación no es, necesariamente, el resultado de un consenso con la víctima,
sino de un trabajo de equipos técnicos especializados. En ningún momento la
propuesta pretende igualar o nivelar al victimario con la víctima; no se olvida
que el primero está obligado frente a la segunda o frente a la comunidad. El
programa es visto como un modelo de respuestas para cualquier quebranto
normativo con independencia del estatus socioeconómico que tenga el victimario.
Respecto de la víctima, pretendemos evitar los procesos de normalización de la
delincuencia de baja intensidad en la que hoy se posicionan nuestras
comunidades ("la sacaste barata porque sólo te robaron"). El programa
busca enfrentar así la sensación de indiferencia y abandono que suelen sufrir
las víctimas de este tipo de delitos.
A mi modo
de ver, debemos plantear un debate que reconozca la complejidad del fenómeno y
que evite las propuestas extremas. Todo lo demás es apartarnos de ese punto
medio en el que se encuentra la virtud.
Raúl Calvo Soler. Profesor de
la Universidad de Girona; director del programa piloto de justicia juvenil
restaurativa de la Municipalidad de San Isidro
Raúl Calvo Soler LaNación.com.ar. Argenitna,16/09/15
http://www.lanacion.com.ar/1828177-en-el-punto-medio-esta-la-virtud